La culpable era Ella. De negro, tan altiva y magnética que ejercía sobre mí una atracción que escapaba a mi mente racional.
Todos los días, no importaba el frío o la lluvia yo acudía a mi cita. Ella, impasible me estaba esperando. Su rostro bruñido me miraba con dulzura y complicidad. Le contaba sobre mi pobre existencia, mi rutina diaria carente de interés, y ella escuchaba impertérrita, como si mi historia fuese la de una protagonista de Isabel Allende.
Al mismo tiempo Ella, me fascinaba con su vida, que yo imaginaba en otra realidad.
Los paseantes nos miraban, era chocante verme a mí sentada a sus pies hablándole, como sólo hablas a un amigo confidente de tus miserias, llorando, riéndonos o tan sólo mirándonos en silencio.
Cada día que pasaba mi memoria era más extensa. Es curioso, cuánto mas me olvidaba de las pequeñas cosas rutinarias, más recuperaba recuerdos del pasado.
Le hablaba de Guillermo, mi gran amor de la universidad, o tal vez del colegio. No importaba, había sido mi universo.
Nunca tuve una amiga como ella, atenta a mis sentimientos, a mis estados de ánimo y a mi soledad.
Poco a poco las visitas fueron mas seguidas, hasta que un día decidí que podía vivir a su lado.
Tomé todo cuanto importaba, dos fotografías, aquella extraña rosa , y me instalé junta a ella.
Al segundo día vinieron ellos, los hombres de azul. Me dijeron que no podía estar allí, en la calle, a tu lado.
Acechaba desde los pórticos de la Catedral esperando el momento de regresar y abrazarla. Cada reencuentro era mas esperado e intenso, no podía dejar de quererla.
Creó que me tenían lástima, pasaban, disimulaban su mirada, yo me levantaba y me alejaba unos metros. Tal vez así nos dejaran.
El invierno se fue haciendo más duro, más frío. Alguien dejó allí una manta y todos los días algo de comida, yo la tapaba, era mi amiga.
Una noche sin saber por qué, vino una ambulancia, me llevaron a un lugar de extrañas paredes, de largos pasillos y muchos silencios.
Mis ventanas tenían rejas, no podía verla, ni hablarle, la cabeza me hervía. Mis recuerdos se iban y no podía dejar de pensar en ella. Sólo en Ella.
El hombre de blanco acariciaba mis manos, me preguntaba por mi nombre, mi casa, mis amigos...
-¿Mi nombre?- Ana Ozores, "la Regenta"
-¿Mi casa?- la plaza de la Catedral.
-¿Mi amiga?- vosotros la dejásteis allí, envuelta en su manta, estará esperando mi vuelta.
Esa noche me escapé.
Dicen que me encontraron muerta a sus pies, pero no es verdad.
Ahora vivo en ELLA, altiva, de negro, majestuosa.
Ahora te veré allí, cada vez que pase por el lugar.
ResponderEliminarBesos
Estoy recuperando entradas del anterior Jardín, iré poco a poco incorporándolas.
ResponderEliminarNo sé muy bien como empezó mi obsesión, primero fue la escultura y luego el libro, o al revés. Ahora son los dos. Cada día que paso ante ella, descubro algo nuevo, sobre todo me impacta la luz, el mismo escenario cambiante dependiendo del día y seguro de mi estado de ánimo.
Por otro lado espero algún día vernos y no en metal, he invitado a Susana si algún día nos conocemos a tomar un café con los ratoncillos de biblioteca, y ha aceptado
Besín
Magnífico relato,pulga, y un bello homenaje a una obra maestra.
ResponderEliminarSaludos.